Hace unos días di una conferencia, quizá tú estuviste allí. Al terminarla lo cierto es que quedé bastante satisfecho, al menos en cuanto al objetivo que me había propuesto, dar un toque de atención y advertir a la ciudadanía de que ya han pasado demasiados años del fin de las excavaciones en la Catedral de Santa María, demasiados años para que aún sigamos los vitorianos contando la historia de nuestros orígenes al modo que se contaba en el siglo pasado.
Signo del sello de Sancho VI de Navarra que aparece en el documento del fuero de 1181. |
Sorprendentemente sin embargo, a lo largo de los últimos días, he tenido conocimiento del rechazo que han generado algunos de mis argumentos en un sector de los asistentes. No me preocupa, entra dentro de lo normal; uno no puede esperar convencer a todos de un día para otro, no puede esperar cambiar de un plumazo una forma de contar los orígenes de Vitoria que se remonta nada más y nada menos que hasta el siglo XVI, con Garibay.
A pesar de todo 'asusta' un tanto comprobar la fuerza arrolladora que tiene la tradición (entendiendo ésta cómo la inercia que a veces se impone a la hora de narrar la Historia de un modo concreto y unívoco). De hecho, más de una vez a lo largo de los cientos de horas que he dedicado a la redacción de mi tesis, me he preguntado por qué demonios tenía yo que dedicar un capítulo completo en ella a buscar y poner datos fiables sobre la mesa, cuando muchos de los hechos habitualmente aceptados como verdaderos en la historia medieval de nuestra ciudad, no se sustentan directamente sobre documentos, sino que en su mayoría lo hacen sobre hipótesis -mejor o peor traídas- elaboradas por los historiadores que nos han precedido en esta tarea colectiva de investigar los orígenes de Vitoria.
Publico asistente a la conferencia del otro día (muchas gracias a todos!!) |
Finalmente uno se 'auto-anima' convencido de que el esfuerzo merece la pena puesto que el avance de la ciencia histórica consiste precisamente en eso, en no conformarse, en proponer explicaciones alternativas que encajen cada vez mejor con lo datos que conocemos. Y ahí está precisamente el 'quiz' en el caso de la historia de Vitoria, hace tiempo que tenemos 'nuevos datos' sobre sus orígenes, nuevos datos que nos obligan a releer y analizar incluso los 'viejos datos' bajo un nuevo prisma.
Con todo -como digo-, cuesta mucho vencer la inercia de la tradición, cuesta cambiar el 'chip' de la gente. De repente todo el mundo se convierte en experto y te piden más y más datos; nunca parece suficiente. Es curioso, la gente te hace exigencias -exigencias por otra parte lícitas- que sin embargo no se atreven a hacer a M. Portilla, a Caro Baroja, a Serdán, a Velasco, a Floranes o a Landázuri, a pesar de que una lectura mínimamente crítica de su obra pone de relieve algo que todos ellos reconocían; el alto grado especulativo de sus hipótesis dados pocos datos fehacientes que hasta hace poco existían sobre los orígenes de nuestra ciudad.
Yo mismo, conferenciando ese día |
En esto, el de Vitoria, no es un caso aislado. Cuando haces una revisión historiográfica sobre un tema particular, casi siempre percibes el mismo fenómeno; primero los investigadores sugieren 'hipótesis' en base a las informaciones que tienen, siendo después sus divulgadores los que, al repetir hasta la saciedad lo que aquéllos habían sugerido -y omitir la cita de las fuentes originales-, acaban por convertir las 'hipótesis' en 'verdades' incontestables que el subconsciente colectivo -en este caso el de la sociedad vitoriana- presupone que se sustentan sobre datos asimismo 'incontestables'.
Por ello, lo que sucede al cabo de un tiempo, es que viene uno como yo, que se interesa por ver si esos datos presuntamente 'incontestables' existen de verdad, y se da cuenta de que no, de que todo son -como es lógico y natural- 'hipótesis', y de que como tales, son fórmulas que conviene revisar y sustituir por otras mejores, si es que éstas se pueden elaborar.
Y en eso estoy, a punto de publicar una tesis que espero resulte lo suficientemente convincente en sus argumentos. Una sola cosa me gustaría añadir por último sobre mi forma de proceder; entiendo que mi función como historiador no es la de 'opinar', sino la de elaborar explicaciones que encajen cada vez mejor con los datos de que se dispone en cada momento. Quiero decir con ello que los datos son la clave, los interprete quien los interprete, y es precisamente en lo que quise insistir el día en la conferencia. Creo que no es serio en pleno siglo XXI seguir contando que Vitoria se fundó en 1181.
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