Fue en la década de 1930 que el historiador del arte Osvald Sirén dijo algo así como: "Murallas, murallas y murallas. Por doquier, las murallas son el marco imprescindible de toda ciudad en China". En efecto, aunque en la actualidad es mucho menos evidente, la gran afición que los chinos parecen haber tenido por las murallas a lo largo de su historia se hace patente incluso en el idioma. Así, las versiones más antiguas de los ideogramas que significan 'poblado' y 'defensa' (hablamos aproximadamente del 1200 a. C.) representan un recinto vallado, dando a entender que ambos conceptos implicaban originalmente la presencia de un muro que rodeaba el espacio por los cuatro costados. Posteriormente, el chino clásico empleará la misma palabra -cheng- para significar 'ciudad' y 'muralla urbana'.
No es de extrañar entonces que la Gran Muralla se haya convertido en el símbolo por excelencia de los valores culturales chinos. Sin embargo, las cosas no son siempre como parecen. A poco que profundicemos en la cuestión, descubrimos que el mito de la Gran Muralla ha sido construido sobre un conjunto de incertezas que ocultan su verdadera realidad.
El primer error sobre la Gran Muralla China, consiste en pensar que es sólo una, cuando en verdad estamos hablando de un conjunto de trazados amurallados bien diferenciados, construidos en épocas muy diversas por distintas dinastías reinantes (tenemos las murallas del período de los Reinos Combatientes, las de la dinastía Qin, las de la Han, de la Wei, de la Qi, de la Sui, etc.)
En este conjunto de serpientes multicolores cada trazo representa una muralla distinta.
El segundo error -bastante natural por otra parte- está en creer el de que la Gran Muralla China siempre fue 'grande'. Este malentendido proviene de un error lingüistico. Las murallas fronterizas se engrandecieron con la traducción, ya que el término chino que suele traducirse como 'Gran Muralla', Changcheng (de empleo esporádico antes del siglo XX), significaba tan sólo 'fortificación larga', una traslación más acertada pero carente de las connotaciones solemnes de la más conocida.
El tercer error tiene que ver con su antigüedad. Si bien las primeras murallas (las auténticas, que casi nadie visita y que apenas han sido restauradas) se construyeron cinco siglos a.C., lo cierto es que el impresionante muro de piedra que se extiende al norte de Pekín y que hoy recibe millones de visitas turísticas al año no es una edificación milenaria, sino que se remonta tan sólo al apogeo constructor de la dinastía Ming, es decir, quinientos años atrás (lo que sería la Baja Edad Media europea).
En fin, para finalizar, el cuarto mito tiene que ver con si la Gran Muralla se ve o no desde el espacio. Antiguamente, los manuales escolares chinos seguían repitiendo que la muralla era una de las dos únicas edificiaciones humanas (la otra eran los diques holandeses) que podían verse desde la Luna. Sólo cuando el astronauta Yang Liwei regresó de la expedición de 2003 y anunció cariacontecido que no había visto ni un solo tramo almenado, el misnistro de Educación decidió expurgar de los libros este error, calificándolo de 'desventajoso para la formación que reciben nuestros estudiantes de primaria'.
>Para saber más:
Lovell, J. (2007), La Gran Muralla. China contra el mundo (1000 a.C.-2000 d.C), Barcelona, Ed. Debate.
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