Aquel almacén contenía cientos de piezas famosas; de la Loba Capitolina, a los Tetrarcas de San Marcos; de la colosal Cabeza de Constantino, a la estatua de Augusto de Prima Porta; de la figura ecuestre de Marco Aurelio, a los bajorrelieves del Ara Pacis... y la lista podría seguir, pero sería interminable. Sería interminable e inútil para muchos, porque lo cierto es que allí nada es lo que parece. En todo el Museo, no hay nada auténtico, ni siquiera en las salas de la exposición permanente. Todo son réplicas. Varios colegas me habían desaconsejado visitarlo; era una idea absurda... ¿estando en Roma, qué idiota preferiría ver copias antes que originales? Con todo, insistí en mi cabezonada, así que allí que nos fuimos.
La cosa pintaba mal desde el principio; llegar en metro al barrio del EUR (acrónimo de Esposizione Universale Roma) no es demasiado complicado, pero aquello es muy grande y no existen indicaciones expresas que te lleven al Museo. Después de dar unas cuantas vueltas y preguntar a algún paisano, nos vimos delante de aquél edificio de estética mussoliniana que, la verdad, impresiona bastante (entre los yerbajos que crecen por aquí y por allá casi pueden oírse los ecos de las botas de los soldados fascistas marchando al paso).
Pero aunque la historia del museo tiene bastante que ver con las añoranzas imperiales de Mussolini, lo cierto es que sus orígenes hay que buscarlos mucho antes, en la Mostra Archeologica de 1911. Por entonces se conmemoraba el Cincuentenario de la Unidad de Italia (¡atención, este 2011 es el 150 aniversario!), con tal motivo se habían realizado una serie de maquetas y copias de monumentos emblemáticos que estuvieron temporalmente expuestos en las Termas de Diocleciano. En fin, aquellas piezas conformaron el núcleo básico de la actual colección, y así, poco a poco, los fondos siguieron creciendo a medida que se iban organizando nuevas muestras temporales (1927-29 y 1937), hasta que finalmente uno de los pabellones de la fallida EUR se convirtió en la sede permanente. Con todo, nuestro querido Museo della Civiltà Romana no sería inaugurado hasta 1952.
Por supuesto toda esta historia la he conocido mucho después. El caso es que ya estábamos delante del ingresso y la cosa seguía pintando mal. ¿Entramos? -"Venga, entramos, ya que hemos venido hasta aquí..."- La recepción estaba tan solitaria que casi podía ver las típicas bolas de paja rodando como en las películas del oeste. Sin embargo, como decía, en este Museo las cosas nunca son lo que parecen... las sorpresas esperaban a la vuelta de la primera sala. (continuará.)
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