Esto de llegar siempre los primeros a los sitios, tiene sus ventajas y sus desventajas. Me explico. Cuando llega el momento de hacer el estudio estratigráfico de un edificio (o cuando hay que documentarlo topográficamente, o aún antes, cuando hay que hacer una valoración para un presupuesto) muchas veces nos toca meternos por sitios -edificios normalmente- que están en un estado cercano a la ruina. Suele haber mucha suciedad, basura.., en no pocas ocasiones, la cosa tiene su peligro porque las estructuras no se encuentran en buen estado.
Lo bueno es que tienes la oportunidad de ver las cosas con el aspecto más parecido a la realidad de lo que fueron; en esos momentos, es cuando más intensamente puedes experimentar la sensación de misterio, de viaje en el tiempo. Cada esquina, cada rincón, cada nueva habitación en la que entras es una incógnita.
Hay que aprovechar; ese momento es tuyo. Te sientes especial porque sabes que estás viviendo una experiencia única. Después de tí, eso empezará a ser un desfile de arqueológos, albañiles, arquitectos, restauradores, políticos, periodistas, etc... y la magia se romperá. Siempre es así. El proceso que da comienzo con tu llegada, acabará con un edificio perfectamente restaurado, perfectamente utilizable, perfectamente funcional y perfectamente... muerto.
No me quejo. Lo acepto porque entiendo que es ley de vida (si no quiero que aquél objeto patrimonial desaparezca); es mi trabajo, y restaurar es como dar una nueva vida. Quiero creer en ello, pero lo cierto es que cuando paseo por uno de estos lugares después de rehabilitar, tengo la impresión de que le hemos arrancado el alma, de que hemos matado su genius loci. Todo tiene un aspecto impecable, como los maniquís de un escaparate; parece que están vivos, pero sólo lo parece...
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