A principios de septiembre de 1854, un terrible brote de
cólera asoló las calles del Soho londinense. Durante aquellos días, prácticamente contrarreloj, dos hombres —John
Snow y Henry Whitehead— llevarán a cabo una investigación que, aparte de frenar el contagio, acabará sacudiendo
los cimientos de la comunidad científica victoriana.
John Snow
La
labor de ambos resultó fundamental para la resolución del
problema, pero lo insólito del caso es que no trabajaron en
equipo; de hecho, en un principio ni se conocían. Sus
formas de ver el mundo eran además muy distintas. Snow
era médico anestesista, mientras que Whitehead era párroco; aquél
visualizaba el problema desde la perspectiva de los virus y
las formas de contagio, éste lo leía en los rostros de las
personas del barrio a quienes atendía espiritualmente.
Como es lógico, Snow enfocó el problema un tanto
despersonalizadamente. No era que no le importaran las
personas, pero creía que la epidemia sólo se podría detener,
catalogando y ordenando fríamente los datos. Contrariamente a lo que entonces pensaban los científicos, Snow
tenía el convencimiento de que el cólera se transmitía por
el agua y no por el aire, de modo que tomó un plano de la
zona y empezó a marcar con un punto el lugar de los
domicilios con casos de cólera y el enclave de las fuentes
que abastecían el distrito. Recurriendo a una centenaria
técnica matemática que después fue conocida como
‘diagrama Voronoi’, extrajo una conclusión clara; el epicentro del brote de cólera era el surtidor de Broad Street.
Sin embargo, a pesar del fundamental hallazgo, la comunidad científica y las autoridades londinenses no le concedieron valor.
Aunque en un principio Whitehead también era de los que pensaba que el cólera se transmitía por el aire, tuvo una corazonada: conocía de cerca el primer caso de cólera en el barrio, y sabía que ése se había producido precisamente en el 40 de Broad Street, a pocos metros del surtidor señalado por el médico ¿habría efectivamente alguna conexión entre el agua que manaba de aquella fuente y el brote epidémico?
Efectivamente la había. Las heces del primer afectado habían sido arrojadas a un pozo negro que filtraba parte de su contenido a la canalización que a su vez alimentaba el citado surtidor. Con todo, el agua presentaba el saludable aspecto de siempre, de modo que las gentes del barrio siguieron sirviéndose de él. Así había empezado todo.
Ahora era necesario actuar sobre la sociedad, sobre los individuos y el sistema de creencias vigente. Esa fue la contribución más genuina del reverendo Whitehead; dando crédito (casi por intuición) a la hipótesis de Snow, concentró todos sus esfuerzos en argumentar y tratar de superar supersticiones, logrando finalmente convencer a las gentes de barrio, a la Junta Parroquial y al reaccionario Comité de Sanidad londinense sobre el peligro del agua del surtidor. Esta labor fue extremadamente compleja y más lenta de lo deseable, pero al final consiguió que se retirara la palanca de la fuente. Sólo entonces la epidemia cesó.
Mapeado del brote según J.Snow.
Al centro Broad Street, y en medio de la misma el surtidor (pump).
Cada una de las barritas equivale a un caso de cólera.
Whitehead por su parte tenía un contacto muy
directo con la epidemia. Diariamente visitaba las casas de
los afectados para tratar de reconfortarles tanto en lo
material como en lo espiritual. Era también un hombre
metódico -confeccionó su propia lista de afectados-, pero
sobre todo era alguien que conocía muy bien la mentalidad
de los parroquianos, sus costumbres, sus creencias, sus
hábitos. Sin embargo, a pesar de su empeño, Whitehead
no era capaz de visualizar el problema de forma global:
hasta que tuvo la oportunidad de contemplar el mapa del
brote elaborado por Snow.
Aunque en un principio Whitehead también era de los que pensaba que el cólera se transmitía por el aire, tuvo una corazonada: conocía de cerca el primer caso de cólera en el barrio, y sabía que ése se había producido precisamente en el 40 de Broad Street, a pocos metros del surtidor señalado por el médico ¿habría efectivamente alguna conexión entre el agua que manaba de aquella fuente y el brote epidémico?
Henry Whitehead
Efectivamente la había. Las heces del primer afectado habían sido arrojadas a un pozo negro que filtraba parte de su contenido a la canalización que a su vez alimentaba el citado surtidor. Con todo, el agua presentaba el saludable aspecto de siempre, de modo que las gentes del barrio siguieron sirviéndose de él. Así había empezado todo.
Sin embargo, los medios para frenar el contagio no
fueron puestos de inmediato ¿por qué? Es aquí donde queríamos llegar. Con el hallazgo del patrón, la posterior localización del caso índice y de la secuencia de arranque de la
epidemia, el primario análisis de sistemas de Snow, aportaba pruebas fundamentales, pero sólo circunstanciales (recordemos que por entonces las bacterias aún no eran reconocidas como causantes de enfermedades); para detener
aquella ruleta mortal aún había que superar otro obstáculo.
Ahora era necesario actuar sobre la sociedad, sobre los individuos y el sistema de creencias vigente. Esa fue la contribución más genuina del reverendo Whitehead; dando crédito (casi por intuición) a la hipótesis de Snow, concentró todos sus esfuerzos en argumentar y tratar de superar supersticiones, logrando finalmente convencer a las gentes de barrio, a la Junta Parroquial y al reaccionario Comité de Sanidad londinense sobre el peligro del agua del surtidor. Esta labor fue extremadamente compleja y más lenta de lo deseable, pero al final consiguió que se retirara la palanca de la fuente. Sólo entonces la epidemia cesó.
Réplica del surtidor de Broad Street en el Soho
En este episodio (fundamental para la ciencia, particularmente para la epidemiológica), Snow muestra una
predominante inclinación por la búsqueda de patrones,
por la modelización e identificación de procesos de retroalimentación; el modo en que actuaba era el del pensador
sistémico. Whitehead por su parte se centraba en los
aspectos sociales, profundizaba en el conocimiento de los
individuos, caso por caso, observaba los hábitos, las supersticiones.
Cada uno desde su enfoque había conseguido dar
con algunas de las claves del problema, y sin embargo, es
muy probable que si no hubieran tenido conocimiento
mutuo en el tramo final de sus respectivos procesos de
investigación, nunca hubieran llegado a una solución.
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