Este pasado verano volví a Pompeya, doce años después de mi primera visita. Difícil controlar los nervios durante el breve trayecto de la Circumvesuviana, la primera impresión había sido tan impactante, que tenía miedo de que el mito cayese. Afortunadamente, la experiencia volvió a ser tan alucinante como la primera vez; ¿cómo sustraerse a la emoción de un viaje 2000 años atrás en el tiempo?¿a sentirse un pompeyano más, momentos antes de la erupción de Vesubio?
A pesar de tanta excitación, doce años no han pasado en balde ni para mí, ni para el yacimiento. Con el discurrir del tiempo, para bien o para mal, uno es más crítico con su profesión y con todo lo que se relaciona con ella, y ciertamente, acabas dándote cuenta de que en Pompeya hay unas cuantas cosas que no van. Se me ocurren varias que merecería la pena comentar, pero no quiero alargarme en esta primera entrada, por eso me quedaré con una, la que más me dio que pensar de vuelta para Vitoria: Pompeya se deteriora cada vez con mayor rapidez.
Una vez descargadas en el ordenador, bastó comparar las fotos de los mismos lugares en 1998 y en 2010; suciedad, desgaste de los pavimentos, paredes que se desmigajan, muros completamente derruidos y demás desperfectos. Cuando te das cuenta de que apenas ha pasado una década, no puedes evitar alarmarte, y el efecto de la intemperie no justifica tal velocidad de deterioro... Es entonces cuando te acuerdas de las oleadas de turistas que como tú ingresan en el foro, aquella masa impersonal de gente rodeando esa vitrina donde un desdichado pompeyano se retuerce mientras la muchedumbre escucha las aceleradas explicaciones de un guía.
Estos días hemos tenido noticia del próximo y definitivo cierre de la tumba de Tutankamon, según dicen los conservadores, al ritmo de visitas actual nos la íbamos a cargar en apenas dos siglos. No sé hasta que punto somos conscientes de ello, pero los turistas podemos ser muy erosivos. Todos tenemos derecho a la experiencia de lo auténtico, es nuestra historia, nuestro patrimonio, somos nosotros, pero ¿cómo solucionamos el problema?
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