Uno de los grandes problemas de una expo es mantener funcional el espacio urbanizado con motivo del evento. A menudo se trata de áreas periféricas que cuesta integrar en la actividad normal de las ciudades que han sido sede.
Últimamente he tenido la oportunidad de visitar la Isla de la Cartuja -el área que ocupara la Expo de Sevilla en el 92- y el barrio del EUR -espacio urbanizado para la abortada Exposición de Roma de 1942-, de modo que estando en Lisboa no podía dejar de acercarme a las instalaciones de la pasada Expo 98.
Pues bien, lo cierto es que aunque ya han pasado trece años, el complejo-expo lisboeta parece mantenerse en buen estado de revista; sigue atrayendo actividad y la mayor parte de los pabellones siguen en uso.
Tal comprobación me causó sentimientos contradictorios; por un lado, como ciudadano, me sentí satisfecho, porque creo que es importante que las descomunales inversiones que se realizan tengan proyección más allá de los meses específicos que dura una expo. Por otro lado, como arqueólogo, quedé un poco decepcionado porque encuentro que el estado de semi-abandono puede ser, además de evocador, un interesante caso de estudio.
En fin, no deja de ser paradójico que unos espacios que se crean esencialmente como espacios de proyección hacia el futuro, a la vuelta de muy pocos años, puedan convertirse en los mejores entornos para proyectarse hacia el pasado. En este último sentido, no conozco caso más interesante que el de la citada Expo 92. Echa un vistazo a la foto de abajo.
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