Hace dos semanas me hice eco de un eslogan aparecido en cierto dominical, el cual trataba de promocionar un hotel de lujo que se encuentra enclavado en una conocida ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad. En aquel post traté de ironizar sobre el uso del patrimonio construido como escenografía, como mero complemento de lo que -en ocasiones- parece que es lo único que se valora; su potencial como recurso tractor de turismo y por lo tanto de negocio hostelero.
Aunque por su puesto sabía de qué hotel se trataba y también de la ciudad donde estaba (en el citado post decidí correr un tupido velo sobre su identidad), el tema quedó olvidado en mi trastienda mental hasta hoy, que por casualidad al recorrer el casco histórico de Cáceres y pasear la vista por la Plaza de San Mateo, mi atención quedó sin remedio atrapada en una fachada que podría calificar cuando menos de chocante. Al momento, pude comprobar que se trataba del Hotel Atrio, el mismo que un mes antes había sido objeto de mi post (no tiene sentido ocultar más el nombre).
Mi reacción -profundamente adversa, no lo niego- no tiene que ver con lo estético, ni siquiera con cierto integrismo por la protección del patrimonio del que puedo ser sospechoso, sino con la apreciación de que en la configuración de esa fachada subyace un discurso arquitectónico que considero realmente preocupante, porque cada vez lo veo más extendido entre los agentes que intervienen en la rehabilitación de cascos históricos. Con todo, no vale criticar por criticar, es necesario analizar la cuestión en su contexto.
Cuando visitas el Casco Antiguo de Cáceres tienes la impresión de estar visitando un megayacimiento arqueológico tipo Pompeya, un entorno precioso -evocador donde los haya- donde sin embargo apenas nadie vive y donde el único rayo de actividad lo aporta el tránsito de turistas.
Como Pompeya, creo que Cáceres es un lugar que merece mucho la pena visitar, pero también pienso que la fórmula de recuperar un casco histórico tiene que tender a recuperar su vitalidad real, sin convertirlo en una mera escenografía de edificios social y económicamente huecos. Es en este sentido que podríamos valorar como positiva la iniciativa de los promotores del Hotel Atrio, cuya intención habría sido aparentemente la de construir un establecimiento en el corazón del casco histórico para romper con esa tónica de "parque temático" que empaña a mi modo de ver la belleza de Cáceres.
Fachada del Hotel Atrio.
Mi reacción -profundamente adversa, no lo niego- no tiene que ver con lo estético, ni siquiera con cierto integrismo por la protección del patrimonio del que puedo ser sospechoso, sino con la apreciación de que en la configuración de esa fachada subyace un discurso arquitectónico que considero realmente preocupante, porque cada vez lo veo más extendido entre los agentes que intervienen en la rehabilitación de cascos históricos. Con todo, no vale criticar por criticar, es necesario analizar la cuestión en su contexto.
Cuando visitas el Casco Antiguo de Cáceres tienes la impresión de estar visitando un megayacimiento arqueológico tipo Pompeya, un entorno precioso -evocador donde los haya- donde sin embargo apenas nadie vive y donde el único rayo de actividad lo aporta el tránsito de turistas.
Como Pompeya, creo que Cáceres es un lugar que merece mucho la pena visitar, pero también pienso que la fórmula de recuperar un casco histórico tiene que tender a recuperar su vitalidad real, sin convertirlo en una mera escenografía de edificios social y económicamente huecos. Es en este sentido que podríamos valorar como positiva la iniciativa de los promotores del Hotel Atrio, cuya intención habría sido aparentemente la de construir un establecimiento en el corazón del casco histórico para romper con esa tónica de "parque temático" que empaña a mi modo de ver la belleza de Cáceres.
En fin, hablando con un hostelero que regenta un negocio próximo al citado Hotel Atrio...(continuaré en el siguiente post).
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