sábado, 13 de agosto de 2011

Qué bonitas piedras vistas desde mi piscina (II)

Hablando con un empresario hostelero que regenta un negocio próximo al Hotel Atrio, nos decía en tono moderado, que a su juicio los cacereños eran un pelín conservadores y que las autoridades locales ponían excesivas trabas legales a aquellos que intentaban establecer algún negocio en el meollo de la ciudad histórica, cuanto él entendía que su actividad no hacía otra cosa que contribuir a la revitalización de la zona. Desde su punto de vista, la plataforma que se había organizado en contra de la construcción del citado Hotel Atrio estaba fuera de lugar. 

Creo que ésta es una opinión respetable y que los turistas (todos somos turistas cuando estamos fuera de casa) también tenemos la necesidad y el derecho de alimentarnos y reposar después de esas intensas jornadas de ir y venir admirando historia, arte, arquitectura... Pienso de hecho que la gastronomía, o la búsqueda del descanso (ese tan deseado "desconectar"), pueden ser razón suficiente como para salir de casa y viajar -vamos, que "las piedras" no tienen por qué ser el objetivo del viaje-, pero eso no debe implicar una inversión de roles; "las piedras" no pueden concebirse como un mero complemento del descanso o del buen comer. El arte, la arquitectura, un casco histórico no son como la guarnición del chuletón; son el chuletón.

En el turistear hay que cuidarse, pero no puede confundirse lo importante con lo fundamental.

Por ello, me niego en rotundo a reducir -como de facto está sucediendo en la muchos cascos históricos- el concepto de revitalización urbanística al de revitalización hostelera. Bares, restaurantes, hoteles, balnearios, etc. son sin duda piezas relevantes en la rehabilitación socio-económica de la ciudad histórica, pero no sus cimientos. Los únicos, verdaderos y duraderos cimientos son y serán las personas que quieran habitarla. Por consiguiente, creo que que "las piedras", la recuperación del patrimonio construido, debe pensarse no en clave de bar-restaurante, sino en clave de comunidades de barrio.    

Los negocios hosteleros sólo funcionan en base a la demanda, de modo que cuando esta no existe o flojea, desaparecen tan rápidamente como aparecieron. Los residentes por contra, empatizan con su barrio y resisten mucho más en épocas de penuría. No conozco la fórmula mágica para atraer nuevos habitantes a esos cascos históricos -a menudo tan difíciles de vivir-, pero estoy convencido de que esa receta no tiene tanto que ver con fomentar actividad hostelera y población flotante de unas horas o unos días concretos, como con dotar de servicios sociales, de salud, y administrativos suficientes, en modo de abastecer las necesidades de la población estante que forma el tejido vivo de la ciudad histórica.

La fachada del hotel Atrio es la plasmación física de un fracaso...(continuaré en un futuro post.)

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