Rabia es lo que siento cuando repaso todos los sucesos que concluyeron en el derribo del Convento de San Francisco de Vitoria, una rabia profunda, de ver cómo aquella gran pérdida fue en realidad por nada. Sí, porque aquella catástrofe, que fue a cambio de grandes promesas para los gasteiztarras, al final no sirvió para nada de lo prometido.
Eso sí, en honor a la verdad, habría que hacer la excepción y decir que sí, que hubo unos cuantos que sacaron provecho, y denunciar que 'curiosamente' (cómo de hecho aún hoy día sigue pasando), todos ellos formaban parte de los entonces cuadros dirigentes de nuestra ciudad, con el alcalde a la cabeza.
Eso sí, en honor a la verdad, habría que hacer la excepción y decir que sí, que hubo unos cuantos que sacaron provecho, y denunciar que 'curiosamente' (cómo de hecho aún hoy día sigue pasando), todos ellos formaban parte de los entonces cuadros dirigentes de nuestra ciudad, con el alcalde a la cabeza.
Algún día me tomaré en serio la tarea de investigar 'quién hizo qué' en el culebrón de San Francisco, pero por lo pronto me seguiré 'flagelando' en plan masoquista con el relato que nos proporcionó Emilio de Apraiz...
El suceso que nos narra este insigne vitoriano es mucho más que una anécdota y nos da clara idea de las ruindades de que somos capaces las personas cuando queremos llevarnos 'el gato al agua'. Os pongo en antecedentes.
Corre el año 1927, el entonces Alcalde y sus colaboradores (ya habrá tiempo de poner nombres) siguen empeñados en el derribo del convento. Insistía nuestro primer munícipe en la necesidad su demolición, alegando que -por su estado de ruina- suponía un gran peligro para la integridad física de las personas (estado de ruina que por cierto no se había preocupado de paliar a pesar de ser el Ayuntamiento su propietario).
Ahora bien, para proceder con la demolición, hacía falta el permiso de Madrid, en concreto el de la Dirección General de Bellas Artes, y allí parece que no andaban mucho por la labor...
Plano de reforma urbanística de 1928, con la prolongación de Olaguibel hasta la Plaza Nueva tal como se encuentra hoy día (AMV) |
Con todo, nuestro alcalde era un hombre de 'fuertes convicciones' que no estaba dispuesto a cejar en su empeño, de modo que aprovechó la visita a Vitoria del entonces Presidente del Gobierno, Miguel Primo de Rivera (que venía a inaugurar el ferrocarril Vitoria-Estella) para convencerlo. Dice Apraiz:
"El Alcalde no desperdició la coyuntura de llevarle a examinar el templo franciscano, y, a pesar de sus recientes declaraciones sobre la peligrosidad extrema de las visitas al monumento, no vaciló en someter al Jefe de Gobierno, a este pretendido riesgo.
"Pero el General estuvo bien discreto en su visita de inspección: al encarecérsele [por parte de los miembros del Ayuntamiento] el escaso valor del templo, contestó preguntando si entre sus acompañantes se encontraba algún miembro de la Comisión Provincial de Monumentos [opuesta al derribo], cosa que no ocurría porque se tuvo buen cuidado de no invitar a aquella Entidad. Inquirió entonces el Presidente el motivo del gran interés que se le demonstraba en derribar, a ultranza, el templo franciscano, y no faltó el funcionario municipal -y Arquitecto, para nuestro rubor- que se acercó al General improvisando esta falsa y aduladora explicación: 'Porque esta iglesia impide la prolongación de una calle que ha de llevar el nombre de Vuestra Excelencia'"...
Lo único bueno de aquella jornada, fue que que a pesar de todo, ni el alcalde 'pelota', ni el funcionario 'pelota', consiguieron vía libre para sus pretensiones; el convento logró superar por los pelos un nuevo 'macht-ball'. Es curioso pensar sin embargo que, de haber sido como se pretendía, hoy la calle Olaguibel quizá se llamaría Avenida del General Primo de Rivera.
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