sábado, 23 de mayo de 2015

Somos erosivos (aún 299 post después).

Hoy, antes de ponerme a escribir, comprobé que este post iba a ser el número 300 del blog. Me dio entonces por releer -ya no me acordaba ni de qué iba- el primero de todos los que escribí, el 10 de Enero de 2011.

Aquél día traté un tema aún candente -al menos en el campo de la conservación del patrimonio-, de modo que, por su interés, y también para celebrar este número 300, aprovecho y lo reproduzco de nuevo íntegro. Veamos qué decía entonces:

Este pasado verano volví a Pompeya, doce años después de mi primera visita. Difícil controlar los nervios durante el breve trayecto de la Circumvesuviana, la primera impresión había sido tan impactante, que tenía miedo de que el mito cayese. Afortunadamente, la experiencia volvió a ser tan alucinante como la primera vez; ¿cómo sustraerse a la emoción de un viaje 2000 años atrás en el tiempo?¿a sentirse un pompeyano más, momentos antes de la erupción de Vesubio?


A pesar de tanta excitación, doce años no han pasado en balde ni para mí, ni para el yacimiento. Con el discurrir del tiempo, para bien o para mal, uno es más crítico con su profesión y con todo lo que se relaciona con ella, y ciertamente, acabas dándote cuenta de que en la gestión del yacimiento hay unas cuantas cosas que no funcionan. Se me ocurren varias que merecería la pena comentar, pero no quiero alargarme en esta primera entrada, por eso me quedaré con una, la que más me dio que pensar de vuelta para Vitoria: Pompeya parece deteriorarse cada vez con mayor rapidez.

Una vez descargadas en el ordenador, bastó comparar las fotos de los mismos lugares en 1998 y en 2010. Suciedad, desgaste de los pavimentos, paredes que se desmigajan, muros completamente derruidos y demás desperfectos. Cuando te das cuenta de que apenas ha pasado una década, no puedes evitar alarmarte, y el efecto de la intemperie no justifica tal velocidad de deterioro...

Es entonces cuando te acuerdas de las oleadas de turistas que ingresan en el foro (tú mismo eres uno de ellos), cuando recuerdas aquella masa impersonal de gente rodeando la típica vitrina donde los restos un desdichado pompeyano se retuercen mientras la muchedumbre escucha las aceleradas explicaciones de un guía.

Estos días hemos tenido noticia del próximo y definitivo cierre de la tumba de Tutankamon. Según dicen los conservadores, al ritmo de visitas actual, nos la íbamos a cargar en apenas dos siglos. En realidad, no me parece tan mala idea. No sé hasta que punto la gente es consciente de ello, pero los turistas somos muy erosivos. Todos tenemos derecho a la experiencia de lo auténtico, es nuestra historia, nuestro patrimonio, es parte de nosotros, sí, pero ¿cómo solucionar el problema?

Esta misma cuestión es la que se está debatiendo por ejemplo en Altamira, donde aún no han decidido en que condiciones se producirá la reapertura de la cueva (se baraja de hecho la opción de que permanezca cerrada).

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