Siete Romas para siete colinas (la autenticidad de lo falso, IV)

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> En episodios anteriores:

- La autenticidad de lo falso (I)

- La autenticidad de lo falso (II)

- La autenticidad de lo falso (III)

Pues bueno, una vez hechas las fotos de rigor a la reproducción de Luperca (también eso estaba permitido), entramos en la primera sala de la exposición del Museo della Civiltà (que en realidad llevaba el número XVIII). Allí una deslumbrante maqueta nos esperaba para tenernos flipando durante unos cuantos minutos: "¡Mira esto!...¡mira aquello!...¿has visto eso?...¿como lo habrán hecho?". Me encantó.

La ficha técnica indicaba que se había realizado en yeso y a una escala de 1:1000. Representaba la topografía de la Roma arcaica, un momento impreciso entre el fin de la dominación de los reyes tarquinios y los primeros tiempos de la República, es decir, aproximadamente el siglo VI antes de Cristo. Por aquél entonces se calcula que Roma contaba con unos 35000 habitantes.

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En el modelo pudimos observar cómo originalmente las siete colinas fundacionales (el Septimontium) eran mucho más escarpadas que en la actualidad. El Tíber sin embargo parecía mostrar un trazado similar al actual, siendo especialmente interesante el detalle de que por entonces sólo había un puente para cruzarlo, el conocido como puente Sublicio (construido en el siglo VII a.C. ca).

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Me dejó especialmente impactado lo bien que habían logrado reproducir la heterogeneidad del tejido urbanístico del momento. Junto a espacios escasamente poblados, podíamos observar áreas dénsamente edificadas, la mayoría  dispuestas según una distribución irregular. Destacaban en el conjunto las cabañas privilegiadas situadas sobre el Palatino y las domus con atrio donde, supusimos, residían los reyes y la aristocracia. 

Templo de Júpiter Óptimo Máximo.

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Asimismo un elemento que  resaltaba rodeando todo del conjunto eran las murallas Servianas, sin olvidar los templos que se apreciaban en lo alto de las colinas (sobre todo el Templo de Júpiter Óptimo Máximo, Juno y Minerva sobre el Capitolio). En las zonas de llanura entre colinas se distinguía, por un lado, el pantanoso terreno del Campo de Marte, por otro, el valle del Foro Romano, más allá, el Valle de Murcia con el circo Máximo, etc.

De verdad, a-lu-ci-nan-te, y lo mejor es que aquello no había hecho sino empezar, todavía quedaban muchas salas que ver, a cada cual más espectacular. Menos mal que con las cámaras digitales uno ya no gasta en carretes: ¡tengo para más de un año de blog!.

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